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Siempre que muera volveré a nacer

mariposas tatuaje

Muchas veces me preguntaron porque me tatué mariposas. Son dos, y se trata de mi primer y, hasta ahora, único tatuaje. Por lo general respondo que me gustan, que son mi insecto preferido, y no miento.

Sin embargo, por lo general cuando me preguntan, no me tomo el tiempo de explicar todo lo que para mí significa una mariposa. Es que estos bichos tienen una vida tan particular como romántica; Son insectos hermosos, quizás el único insecto que no es irritante ni asqueroso. Su color es llamativo, denota alegría, tiene una elegancia y delicadeza especial. Están asociadas a la primavera, al aroma de las flores, el calorcito del sol de la tarde. Su vuelo, la inocencia de su andar por el aire merodeando pétalos, de unas alas de tal fragilidad que se deshacen al rozarlas. Su aspecto de inusitada femineidad, decoran habitaciones, útiles escolares, ropas y juguetes; miles de niñas no pueden estar equivocadas. Y así como las niñas, ningún otro ser humano puede detestar a una mariposa.

Pero más allá de su hermosura, hay algo único en la vida de la mariposa. Todo ser vivo, ya sea vegetal o animal, experimenta cambios a lo largo de su vida. Desde que comenzamos a gestarnos en el vientre materno hasta el momento de morir pasamos por miles de cambios, tanto físicos como emocionales.

La mariposa nace como un bichito horrendo, baboso y gris, que se “enrolla” en un capullo y luego de determinado tiempo surge como la mariposa que todos conocemos. Sin embargo su expectativa de vida puede llegar, cuanto mucho, a un par de días. Entonces, ¿vale la pena pasar tanto tiempo experimentando cambios para devenir en un ser perfecto que perecerá en pocos días?…

Lo que quiero agregar –y es aquí donde expongo la decisión de mi tatuaje– es que la metamorfosis de la mariposa es la metáfora que ilustra a la perfección la vida humana, con la diferencia de que las personas nacemos y morimos permanentemente.

¿Cómo es esto? Durante todo el ciclo de la vida cambiamos físicamente, por naturaleza, por elección o incluso por un efecto no deseado (un accidente, una enfermedad, etc.). Pero también cambian otras cosas, más bien abstractas, que no podemos percibir en el instante en que suceden. Nacen emociones, simpatías, amistades, amores, proyectos, ideas, deseos, metas, odios, convicciones, vínculos, relaciones. Luego algunas mueren, y asimismo otras nacen. Por diferentes razones y de diferente manera. Nacen. Mueren. Nacen. Permanentemente y de forma imperceptible. Hasta que un día, nuestra muerte física finalmente pone fin al ciclo.

La mariposa es la mejor metáfora de la metamorfosis humana, porque simplemente vive cambios más palpables, más visibles para nuestra mirada que poco percibe con el acostumbramiento de mirar la superficie, sin observar un poco más allá. Es la sinécdoque de la resurrección durante el ciclo de la vida humana. Es el mejor ejemplo de que vale la pena y el tiempo y el esfuerzo y la dedicación realizar una tarea, aunque su resultado sea efímero, aunque no permanezcas demasiado en la cima de la perfección. Es tan necesario como imprescindible e inevitable: el hecho de morir y volver a empezar constantemente, una y otra vez, como si nuestra vida estuviera compuesta por miles de vidas de hermosas y delicadas y perfectas mariposas.

Gisel

La euforia de la muerte

Frases Hechas

Las voces colectivas acostumbran a despilfarrar frases hechas. Y la mayoría de las veces, por el manoseo oral que sufren, terminan por desvirtuarse y continuar su curso como mutantes lingüísticos.
Esta introducción innecesaria viene a colación debido a una frase que he escuchado bastante últimamente;  «lo que no te mata, te fortalece».
Es sobre esto que quiero hablar.

Escribo este texto para informar que esta aseveración es una absurda y completa falacia; no solo porque la frase, que dicho sea de paso pertenece al filósofo Nietzsche, es más extensa y en su contexto original refiere a otro significado;

Lo que no te mata te hiere de gravedad y te deja tan apaleado, que luego aceptas cualquier maltrato y te dices a ti mismo que eso te fortalece (…)

..sino porque realmente, la verdad es precisamente la contraria:
lo que no te mata, simplemente no vale la pena.

***

Euforia

Así andaba por esos días, necesitando morir..  es que la normalidad me sobrepasaba en demasía, los días se pasaban sin mucho que ofrecer, y yo, con mi terquedad a cuestas, continuaba observando entre el ruido… Cuando se busca entre los vestigios de tormentas añejas, entre los charcos de las últimas lluviecitas, nada más que un cálido abrazo, de esos en los cuales poder derrumbarme en implosiones tenues
y caer,
caer con todo el peso de la cruel realidad que golpea mis talones permanentemente, pero caer sabiendo que esos brazos estarán ahí, un poco más que tan solo un momento. Dejarme morir en alguna sonrisa, necesitaba… Naufragar en ojos profundos que simulan mares hambrientos y navegarlos sin más refugio que una balsa construida de ilusiones de cartón y brillantina rosada.
Ahogarme impulsivamente entre la sal marina
llenar mis pulmones de aguas  arena  montañas estrellas..
Ahogar
Sentir la agonía final de esos últimos suspiros, el pecho que se cierra, las luces diluyen  su brillo, y de un golpe seco morir………. Morir. porque solo al dejarte alcanzar por el puntazo certero de la muerte es que accedes al beneficio de la resurrección. ¿No me crees? Es que acaso te parece más absurdo renacer cual ave fenix, que fortalecerte con la muerte entendiendo mal el concepto de Nietzsche
Y te digo
que tengo razón
Que no hay nada peor que mantenerte en el frío umbral inocuo, en el limbo que te señala un lado y el otro, pero sin dejarte caer hacia ningún abismo. Solo te mantenés ahí, engriseciendote cada vez más… manchándote la camisa con hollin, llenandote el pelo y la boca y los pulmones y el alma de cenizas frustradas en su intento de subsistir
aplastado por lo rutinante y la monotonía de no ser
comprimido, oprimido, así
la muerte se vuelve necesaria para mi renacer constante. Necesito morir, estrepitosamente en lo posible, después de haberme lanzado al vacío eterno, habiendo colgado los miedos en las perchas del averno, después de haber perdido la última gota de sangre de las venas rotas de mi cuerpo deshecho. Necesitaba morir -el equilibrio empalaga al final- y así me cruce con tu sonrisa…
y resulta que eso era
tan simple y tan justo lo que necesitaba.

Giselle

El reencuentro de dos desconocidos en una madrugada sin nombre

Hace poco más de dos semanas ninguno de los dos existía. Simplemente deambulábamos cruzándonos entre la gente, sin percatarnos de las similitudes con las que percibíamos el mundo. Cazando sueños con redes de seda, persiguiendo sombras e ilusiones de sol. Sin mirar al costado para acompañarnos en nuestra soledad. Cuantas veces habremos contemplado la luna al mismo tiempo, en dos puntos diferentes de la ciudad, ignorando esos ojos ajenos que también miraban, y se sonreían rebosantes de ternura suspirando los mismos anhelos, sin saber del tesoro que compartíamos.

Dos desconocidos, que al conocerse ya se conocían. Esa noche en lugar de conocernos nos reencontramos, entre cigarrillos y cafés, escuchamos nuestras voces y nos dimos un banquete de sonrisas y miradas en un clima por demás extraño, y al mismo tiempo sentimos esa comodidad… la confianza de quienes se reconocen entre la multitud, como almas que vagan solas, solo por mala suerte. Y esa noche creamos un sin fin de palabras que no fueron pronunciadas, que luego fuimos obligados a escribir. Esa noche fue más que una charla, más que un reencuentro, fue más que el día que hablamos por primera vez. Se me grabó tu sonrisa en las pupilas, con sus suaves contornos y sus tonos pasteles. Imprimiste tus ojos en mi y ahí se quedaron, con tal firmeza que sería imposible de creer, que por allí mismo sepa estar la puerta que lleva hacia la fragilidad de un alma de niño.

Y lo miraba.. lentamente recorría sus ojos y entraba en él a través de su mirada. Recorría su mentón y sus mejillas, y me distraía en el vaivén que conformaba el borde de su bigote. Y él me miraba fijo también, quizá sin entender, pero percibiendo mis intenciones.  Me dio vía libre a su interior para que lo transitara a mi antojo desde la distancia, y se dejó acariciar por mis pupilas sobre la suavidad de su rostro.. En eso estaba… mientras tanto dejamos a las palabras sucumbir en el intento de ser y nos embriagamos de silencios.

Giselle

Reminiscencias de la última noche

El queso se derretía en el horno, arriba de las rodajas de zapallo
Era la última noche
tus rulos no querían dejarse peinar, y de hecho no pudimos contra ellos
Tu cuello sobre mis piernas, mis dedos acariciándote la cabeza
simplemente ese detalle
La medianoche se pasaba lenta
compadeciéndose de nosotros, que esperábamos que no llegara la hora..
La cama estaba suave
y vos tirabas ropa adentro de la valija
Tres horas más tarde estarías en los cielos oscuros de la noche
navegando nubes.
Te quejás y te quejás
No querés irte decís, cuando el avión ya está por partir
¿Qué vas a hacer? preguntás, ¿qué vas a hacer estos días sin mi?
Te respondo desde la cama, desde donde no puedo verte, pero te escucho cerrar la valija repleta
Voy a hacer lo mismo de siempre…pero sin vos…
La cama está cómoda como almohada
como dos niños nos acostamos enfrentados
arrimándonos las piernas al pecho, con los ojos hinchados y entre bostezos
Me decías algo de una franja enviada al espacio  y nos reíamos
Me decías que no querías irte, porque allá ellos no ríen
¿Quien puede desperdiciar su vida no riendo? pensé yo
Se hacen los intelectuales, sentenciaste
No querés irte, me lo repetís, por décima vez en la semana..
Yo se que cuando llegues te vas a arrepentir de haberte arrepentido..
Viajar siempre alivia
Si me extrañas, mira  la luna, eso dijiste
como todo romántico perdido en junglas de cemento
¿Viste la luna hoy? te pregunté con cierta emoción
y como dos irracionales que somos sonreímos
y luego nos sentimos psicóticos al hacerlo, y volvimos a reír está vez de nosotros mismos
Se hace la hora, en algún momento, y la espera de un coche se vuelve un fastidio
Si hay algo que odio es despedir…
Y me abrazaste
y tropecé con el desnivel de la entrada para autos
y me reí, ¿que más podía hacer?..
no puedo contra mi torpeza
Y me subí al auto que me llevaría a mi casa, atravesando la noche
y durante más una semana no te volvería a ver.

Giselle

Abismales

Se acercan suavemente los rostros, como surcando enormes distancias visibilizando las costas. Nos recorremos con la mirada, -es que no existe nadie más- avanzando lento en cada milímetro. Acercarnos hasta que los labios se rozan y mantienen la calma, sintiendo la piel del otro entibiarse sobre nuestra piel. Haciéndose eco de su leve y controlada respiración.. El beso es arrojarse al abismo, saltar al barranco oscuro y con niebla, entre medio de nubes grises que nos amenazan. Saltar y verte caer desde arriba a vos mismo, como si fuésemos un plano cenital que contempla nuestra propia muerte. Caer entre la niebla blanca y densa, moviendo frenéticamente los brazos y las piernas, como en un frágil intento de cortar el aire y detener la caída, con el pelo revuelto haciendo frente a la gravedad y el grito agudizado de la desesperación de seguir cayendo por ese abismo… sin que termine, sin que se observe el final de ese infierno de neblina.

El beso es precisamente eso, arrojarse al abismo.

Una vez que decidís rozar tus labios con los suyos, entonces ya ambos saben que están perdidos. Ya lo saben, están cayendo en ese mismo momento por el abismo. Lo sienten, saben que ya no pueden volver.

El misterio reside en que no se visibiliza el final del pozo y en la incertidumbre subyace la perfección del vértigo.

La magia del no retorno, ¿cómo se vuelve después de un beso? una vez que los labios dejan de sentirse y el aire arremete por los espacios que quedan entre ambos rostros, entonces el beso concluyó.. pero nunca se retorna al punto de partida. Ya está, ya saltaste a la nada, ahora solo resta esperar la caída, el golpe seco, el rebote, el dolor de los golpes de aquellas rocas y ramas de árboles que te tragaste por mantener tus ojos cerrados entre la niebla. También podés salir ileso, por que no; hay abismos y abismos, de diferentes profundidades, de diversas geografías. Podés tirarte y caer en un arroyo fresco, en un colchón suave de hojas secas, en un banco de arena que te abraza entre el polvo áspero. Podés, por que no, amigarte con el vértigo, y saltar tantas veces como oportunidades se presenten.

Pero a pesar del resultado que logres, notarás que nunca hay retorno después de un beso. Una vez que existe como tal, es simplemente arrojarte desnudo al destino, y esperar que este se presente solo, con sus caprichos y sus trampas. Esperar, solo esperar… la fascinación de los futuros inciertos. La contemplación de nuestras sonrisas a escasos centímetros de distancia, mientras caemos deprisa y todo lo demás solo da vueltas, como una centrífuga donde solo podemos vernos a nosotros dos, impasivos, exultantes, inmortales.. cayendo vertiginosamente en un abismo indefinido viendo pasar el mundo a nuestro alrededor en sutiles lineas de colores sin poder distinguirlas,  lo que dejamos atrás, y solo resta esperar…

Giselle

Giselle y el mar #1

Desde el colectivo (Comodro Rivadavia)

Desde el colectivo (Comodoro Rivadavia)

Esta es una postal de mis viajes a la Universidad.
Viajaba todos los días en el colectivo exageradamente lleno de pasajeros. Y más allá del sueño, el cansancio y el hastío, siempre me animaba pasar por este pequeño tramo de la ruta 3 que une el centro de Comodoro Rivadavia con el Kilómetro 3. Pasé miles de veces por ahí, de mi casa a la universidad y viceversa, lo conozco desde que nací y puedo asegurarles que nunca el mar conserva los mismos colores, ni las mismas texturas, ni la misma violencia, ni el mismo encanto. Siempre está único.
A veces más aterciopelado, a veces áspero, a veces agresivo y a veces gentil.
Así de fresco o congelado, armonioso o picado. Siempre demuestra su imponente poderío, ese misterio de lo desconocido que esconden sus profundidades.
A veces turquesa, a veces verde, a veces gris. A veces amigable y sereno mostrándole el camino a la luna sobre su superficie mojada, otras vengativo y hambriento devorando a su paso las tierras “ganadas.”
El que nos refresca en nuestro corto verano, el que nos cobija en las tardes de confusión, el que alimenta a las familias de los pescadores que navegan sus aguas en sus pequeños botes y también en sus barcos que anclan en el puerto. El que contaminamos con residuos cloacales y con basura. El que estamos perdiendo de a poco en nuestro incontrolable impulso de ser humanos y le robamos tierras y le arrojamos tóxicos y cada vez que hay oportunidad olvidamos protegerlo de nosotros mismos.
Pobre de este mar tan único… tener que existir en un mundo de hombres que sin razones y con sobra de ambiciones pretenden destruirlo.

Giselle

A mi musa que sabe que es musa y no le importa

Te odio. Bah en realidad te amo, pero te necesito. Te necesito para escribir. Sin vos no encuentro inspiración y escribo versos con mierdas. Por eso es que te odio: porque te amo demasiado. Y me haces falta,  lastimaste mis emociones y dejaste que se curaran, y en esa cura te llevaste mis mejores palabras, y ahora no tengo material para escribir y no me queda más remedio que odiarte por quererte tanto. ¿Y ahora por qué no apareces así de la nada, sin que te espere, como a vos te encanta, para arruinar mi existencia y dejarme perpleja? Ahora necesito tu presencia y luego necesitaré tu ausencia, porque así podré escribir  sobre lo que dejás. Pero ahora no apareces, y eso me empieza a inquietar, porque si no venís pronto tengo miedo que mis palabras se vayan a secar. Temo por el futuro de mis versos sin gracias, porque dependen de tu exquisita voluntad y nunca fuiste caritativo para con mis exigencias. Si tengo que esperarte toda una vida seré simplemente otra escritora frustrada en el afán de retratarte en poemas que nunca conducirán a nada. Es que ser mi musa nunca te convenció, no entendiste la responsabilidad que te confiere ser mi fuente de inspiraciones. No quiero creer que sabiendo que sos mi musa principal te des el lujo de alejarte e ignorarme cual estrella, haciendo de cuenta que no existen mis noches de insomnio, como si realmente no te importara el asunto. De imaginarte ya estoy harta, y tus recuerdos se me agotan como la tinta desperdiciada. De todos modos espero, se que en algún momento una musa va a aparecer. Sencillamente no me resignaré a seguir inventando nostalgias.

Giselle

Fábrica de recuerdos inexistentes #1

Te siento vivo en mi, en cada rincón de mi memoria selectiva. En cada recuerdo inexistente, en lugares donde nunca estuvimos, en sábanas que nunca mojamos. Me derrito con las palabras que nunca nos dijimos, las que me ocultaste, las que se me atragantaron, las que causaron mi muerte. Revivo en el fondo de los ojos más oscuros y más tristes que conocí y descubro que te amo en cada sonrisa que me regalaste, y te odio por todas las que me negaste. Te siento llegar en todas partes, como si todavía estuvieras acá, como si todavía pensaras en mi. Te siento presente y no lo comprendo, tan lejano en la distancia y en el tiempo, no me dejás otra opción que inventarte en recuerdos, para imprimirte en papel.

¿Qué quiero de vos? Esa pregunta me perturbó, es que nunca encontré la respuesta. Titubeo y dudo, estoy perpleja ante la incógnita que implantaste en mi cabeza. Me lo preguntó tu Yo en una nostalgia que inventé para recordarte. Me preguntó que quería de vos. Y no le supe responder.

Dicotomía de las grandes ciudades

Me gusta mucho viajar. Es uno de los placeres más placenteros de este mundo hiperrealista. Disfruto mucho del viaje, dure cuanto dure, de la versatilidad de los caminos, de los paisajes nuevos y los familiares, de la gente y la idiosincrasia del desconocido. Pero hay claras diferencias entre visitar los pueblos, las pequeñas ciudades y las grandes urbes o metrópolis.

Si bien los pueblos son tranquilos, de una extraña pasividad, algunos más pintorescos y otros más solitarios y venidos a menos, todos ellos parecen sitios seguros, amistosos, donde cualquiera te desea un buen día o te convida con un mate mientras barre la vereda. Por el contrario, las ciudades, al incrementar su población, hace sentir a su gente desprotegida, vulnerable, y en lugar de ofrecer amistad sospecha negativamente de quien no conoce.

A pesar de esta terrible y tan humana característica, las grandes urbes contienen un cierto encanto para cualquier  bicho de ciudad, o simplemente un curioso del mundo y las culturas.

El encanto y desencanto de las grandes ciudades vienen una detrás de la otra..  Es que ellas tienen esa dicotomía de lo puramente cautivador de la modernidad, la velocidad del tiempo y el cemento imponente. Al mismo tiempo que se sumergen en la miseria de la desigualdad social, los comercios ostentosos y la pobreza que llora en el niño punga que solo espera robarte la cartera. Esa dualidad de las grandes ciudades es la que me conmueve. Su capacidad de ser belleza lujosa y marginal, de ser miseria y riquezas de unos pocos, de ser maravillosa y amenazante. Como un romance histérico y enfermizo.

Ninguna ciudad escapa a esa ironía; así como Manhatan es romántica y rebosante de nostalgia para Woody Allen, es sumamente violenta y cruel para Martin Scorsese. Y sin embargo no deja de ser la misma ciudad: con sus amaneceres y sus amores holliwoodenses y sus calles ensangrentadas de odio.

Así son todas las ciudades que dejaron de ser pueblos. Así es cualquier capital de cualquier país del mundo. Así es nuestra capital. Y si mirás alrededor notarás que nuestra ciudad, tu ciudad, si, en esta en la estás parado en este momento leyendo este texto, tampoco está exenta de esta maldita dualidad. Necesitamos salvarnos. Necesitamos encontrar esa belleza marginal, descubrirla en esos ojos, en esas lágrimas, en esas ollas vacías de alimento, y destruirla. Destruirla de la forma más rápida posible. Atacar sus raíces y roerla hasta transformarla en dignidad y justicia.

Acabar con la dualidad de las grandes ciudades es utopía. Pero nada es más doloroso que descubrirla entre los cimientos que nos rodean, sin hacer nada.

¡Muerte al corpiño!

viento - fabiola castro

«Viento», de Fabiola Castro

Si tengo que elegir una parte del cuerpo de la mujer, elijo las tetas.

Las razones son obvias y no tanto. En primer lugar, y  todos estamos de acuerdo, son el alimento de todo ser humano al nacer. Por tanto están relacionadas a la vida y al acto de amor que significa amamantar a un hijo. Por otro lado, las tetas son estéticamente bellas, porque tienen forma esférica, circular, y cualquiera que tenga conocimientos básicos en diseño sabrá que la forma circular es agradable visualmente; está relacionada desde la percepción con la armonía,  la perfección y la protección, en contraposición a las líneas rectas o quebradas. Además es suave y delicada, agradable al tacto.

Ahora bien, esto que expongo anteriormente son razones más que nada sensoriales y físicas sobre el por qué las tetas son la mejor parte del cuerpo de una mujer, o por lo menos la que prefiero. También hay otras razones, quizá más relevantes, si se quiere.

Retomando la idea inicial, me gustan los senos al desnudo, porque la teta desnuda simboliza la libertad. Si, así de simple.

Desde la sociedad que funciona con legitimación patriarcal se insta a las mujeres a esconder las tetas a menos que sea para disfrute del hombre. Se sexualiza el cuerpo de la mujer, ni siquiera para si misma sino para el otro, un tercero, para el hombre. El corpiño cumple la función de esconder las tetas de la mujer, pero principalmente de esconder los pezones. He aquí el objeto del corpiño. Porque los pezones de la mujer no deben verse, se considera como un acto asqueroso, vergonzoso, vulgar, de provocación sexual. Mientras el hombre puede dejar en descubierto sus pezones en determinados contextos -en su casa, en la playa, cuando hace calor, etc- la mujer debe esconderlos detrás de esa tela opresora llamada corpiño.

Ahora bien ¿por qué se intenta prohibir una parte del cuerpo femenino? Que se escondan los genitales de tanto hombres como mujeres también es antinatural, pero al menos hay razones escatológicas que, aunque conservadoras y antiguas, hacen creer que realmente puede ser repugnante que otras personas vieran. Sin embargo no es el caso de la teta. La teta, como dijimos y todos sabemos, es la única vía por la cual nos alimentamos al nacer, los pezones no cumplen ninguna otra función en el cuerpo más que ser el “biberón” de nuestros hijos. Entonces, ¿por qué prohibirlos? ¿Nunca notaron extraño que las mujeres que en cualquier situación se presenten con muy poca ropa, siempre tapan sus pezones? Desde bailarinas de comparsas a programas televisivos, dentro de la industria cinematográfica, en catálogos de lencería, en desfiles de moda, en balnearios, etc. las mujeres se presentan con parte de sus tetas al descubierto, pero SIEMPRE existe tela -u otro elemento- tapándole el pezón.

El corpiño entonces cumple la función de controlar que las mujeres no andemos por la vida mostrando nuestros pezones, -porque claro, estos por lo general pueden notarse debajo de la remera- y dejar que los pezones se vean es vulgar, es indecoroso, es una insinuación a lo sexual. Ante todo, debo aclarar que muchas mujeres necesitan utilizar un corpiño, debido al gran peso de sus pechos que les produce dolor, así mismo cuando se realizan deportes y para las mujeres que se encuentran amamantando.

Sin embargo mentiría quien dijera que la función del corpiño es ayudar físicamente a la mujer a reducir el peso de los pechos, si esto fuese así solo se alentaría su uso en situaciones antes mencionadas, como por ejemplo durante ejercicios físicos o durante la lactancia. Y esto se confirma porque desde los once o doce años a las mujeres nos acostumbran a usar corpiños.. casi diría es una imposición que a veces se ejecuta desde más temprana edad, vistiéndonos desde bebes innecesariamente con bikinis. Siendo que en la niñez y pubertad aun no se han desarrollado los senos y no hay razón alguna para utilizar un corpiño.

El corpiño es el símbolo de la opresión y control sobre nuestro cuerpo de mujer, tomado por objeto sexualizado y no como cuerpo de un ser libre.

Por eso siempre me parecerán esclavos de la mediocridad aquellos que legitimen el uso del corpiño sin ningún otro argumento que la idea del «alguien puede verte», con voz alarmante y casi en secreto, como si un pezón fuese insano e incorrecto. Es por eso que las tetas son la parte femenina que elijo. Por eso me gustan las mujeres que muestran los pezones sin avergonzarse de haber nacido con ellos.  Por eso pienso, y en esto estoy convencida, de que el cuerpo desnudo de una mujer libre siempre será el mayor símbolo revolucionario en esta sociedad patriarcal.

Giselle