Muchas veces me preguntaron porque me tatué mariposas. Son dos, y se trata de mi primer y, hasta ahora, único tatuaje. Por lo general respondo que me gustan, que son mi insecto preferido, y no miento.
Sin embargo, por lo general cuando me preguntan, no me tomo el tiempo de explicar todo lo que para mí significa una mariposa. Es que estos bichos tienen una vida tan particular como romántica; Son insectos hermosos, quizás el único insecto que no es irritante ni asqueroso. Su color es llamativo, denota alegría, tiene una elegancia y delicadeza especial. Están asociadas a la primavera, al aroma de las flores, el calorcito del sol de la tarde. Su vuelo, la inocencia de su andar por el aire merodeando pétalos, de unas alas de tal fragilidad que se deshacen al rozarlas. Su aspecto de inusitada femineidad, decoran habitaciones, útiles escolares, ropas y juguetes; miles de niñas no pueden estar equivocadas. Y así como las niñas, ningún otro ser humano puede detestar a una mariposa.
Pero más allá de su hermosura, hay algo único en la vida de la mariposa. Todo ser vivo, ya sea vegetal o animal, experimenta cambios a lo largo de su vida. Desde que comenzamos a gestarnos en el vientre materno hasta el momento de morir pasamos por miles de cambios, tanto físicos como emocionales.
La mariposa nace como un bichito horrendo, baboso y gris, que se “enrolla” en un capullo y luego de determinado tiempo surge como la mariposa que todos conocemos. Sin embargo su expectativa de vida puede llegar, cuanto mucho, a un par de días. Entonces, ¿vale la pena pasar tanto tiempo experimentando cambios para devenir en un ser perfecto que perecerá en pocos días?…
Lo que quiero agregar –y es aquí donde expongo la decisión de mi tatuaje– es que la metamorfosis de la mariposa es la metáfora que ilustra a la perfección la vida humana, con la diferencia de que las personas nacemos y morimos permanentemente.
¿Cómo es esto? Durante todo el ciclo de la vida cambiamos físicamente, por naturaleza, por elección o incluso por un efecto no deseado (un accidente, una enfermedad, etc.). Pero también cambian otras cosas, más bien abstractas, que no podemos percibir en el instante en que suceden. Nacen emociones, simpatías, amistades, amores, proyectos, ideas, deseos, metas, odios, convicciones, vínculos, relaciones. Luego algunas mueren, y asimismo otras nacen. Por diferentes razones y de diferente manera. Nacen. Mueren. Nacen. Permanentemente y de forma imperceptible. Hasta que un día, nuestra muerte física finalmente pone fin al ciclo.
La mariposa es la mejor metáfora de la metamorfosis humana, porque simplemente vive cambios más palpables, más visibles para nuestra mirada que poco percibe con el acostumbramiento de mirar la superficie, sin observar un poco más allá. Es la sinécdoque de la resurrección durante el ciclo de la vida humana. Es el mejor ejemplo de que vale la pena y el tiempo y el esfuerzo y la dedicación realizar una tarea, aunque su resultado sea efímero, aunque no permanezcas demasiado en la cima de la perfección. Es tan necesario como imprescindible e inevitable: el hecho de morir y volver a empezar constantemente, una y otra vez, como si nuestra vida estuviera compuesta por miles de vidas de hermosas y delicadas y perfectas mariposas.
Gisel